martes, 18 de noviembre de 2014

El misterio de los castros vitrificados

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(Contribución de El neutrino a la X edición del Carnaval de Geología, organizada por Biblioteca de Investigaciones)

(Publicado originalmente en Madrid Sindical)

En el siglo XII, el monje galés Caradoc de Llancarfan escribió la Vida de san Gildas, donde aparece por primera vez el relato del rapto de Ginebra. El rey Arturo había sitiado el castillo donde el rey Melvas (llamado Meleagant en relatos posteriores) la mantenía prisionera, pero Gildas persuadió a Melvas para que liberara a Ginebra y logró reconciliar a los dos reyes. Como todas las historias del ciclo artúrico, ésta tiene su origen en mitos y leyendas más antiguos. Caradoc llama a la fortaleza de Melvas Urbs Vitrea, “la ciudad de vidrio”, que se ha relacionado con la ciudad inglesa de Glastonbury por el elemento glass, vidrio en inglés. Pero ese nombre también remite a los palacios de cristal (o de vidrio) de las hadas del folclore celta y, lo que resulta más curioso, a un enigma arqueológico que trae de cabeza a los investigadores desde hace más de dos siglos.

Detalle de un muro vitrificado en Sainte-Suzanne, Francia (jp.morteveille, 2007)
Fue a finales del siglo XVIII cuando se descubrieron, en Francia y en Escocia, las primeras murallas vitrificadas. Se trata de restos arqueológicos datados entre los siglos VII y V a.C., construcciones de bloques de arenisca, granito u otras rocas metamórficas, sin argamasa, que se han calentado a tal temperatura que se han transformado en vidrio y se han fusionado unas con otras. Se han encontrado restos de murallas vitrificadas por toda el área de expansión de los pueblos celtas durante la Edad del Hierro, en las Islas Británicas, Alemania, Dinamarca, Polonia, Bohemia, Bosnia, Hungría, Portugal y Turquía, aunque también hay algunos en Escandinavia y en Irán. Creo que en España no tenemos. La mayor concentración de murallas vitrificadas se da en Escocia, sobre todo al norte del río Forth, donde se conservan varias decenas de castros cuyas murallas están vitrificadas total o parcialmente.

Desde su descubrimiento, se han propuesto diversas teorías para tratar de explicar la formación de estas murallas vitrificadas, pero ninguna es completamente satisfactoria. No son producto natural de erupciones volcánicas, como propuso en 1777 el anticuario jesuita escocés Thomas West, ni resultado del impacto de rayos. Tampoco son los restos de murallas destruidas por el fuego accidentalmente o durante una batalla, como pensaba en 1787 el historiador escocés Alexander Fraser Tytler, Lord Woodhouselee; para vitrificar un muro de granito es necesario mantener una temperatura entre 1 100 y 1 300 ºC durante un periodo prolongado, lo que resulta imposible al aire libre; la temperatura máxima de una hoguera de madera al cabo de 24 horas a duras penas alcanza los 1 100 ºC. Para conseguir la vitrificación se precisan condiciones sólo alcanzables en el interior de un horno, pero ¿cómo se mete en un horno un muro de decenas o centenares de metros de longitud?

En 1881, el geólogo francés Gabriel Auguste Daubrée propuso que la vitrificación se había realizado a propósito, para reforzar las murallas. Pero en realidad, el proceso de vitrificación consigue el efecto contrario, fragilizar los muros.

Por último, se ha propuesto que la vitrificación de las murallas está relacionada con un culto al fuego practicado en la fiesta celta de Beltane, o con la destrucción deliberada de la población por un ejército enemigo, o con un ritual de clausura relacionado con el abandono del lugar.

Pero queda por resolver otro enigma: El método de construcción de estos muros vitrificados. Los análisis químicos indican que la sosa, la potasa, la sal y la arcilla eran imprescindibles para rebajar la temperatura de fusión de la roca. Cuando el contenido en sodio y potasio de las rocas de construcción locales era bajo, se añadían rocas más ricas en esos elementos, a veces traídas desde grandes distancias. A pesar de todo, los experimentos realizados hasta la fecha sólo han conseguido calentar las piedras al rojo o, como máximo, una vitrificación parcial. Lo qué sí ha quedado claro es que era necesaria una gran cantidad de combustible y una superestructura que encerrase el muro para concentrar el calor en su interior durante un periodo de tiempo prolongado. Pero aún no sabemos cómo lo hacían.

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