martes, 10 de junio de 2014

Ranas de cristal

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Pareja de ranas de cristal de la especie Teratohyla spinosa
(bgv23, 2009)

(Publicado originalmente en Madrid Sindical)

La primera vez que leí sobre las ranas de cristal, me vino a la mente La narración de Arthur Gordon Pym, de Edgar Allan Poe:

7 de marzo. Hoy hemos preguntado a Nu-Nu acerca de los motivos que impulsaron a sus compatriotas a matar a nuestros compañeros; mas parecía dominado, demasiado dominado por el terror para darnos una respuesta razonable. Seguía obstinadamente en el fondo de la barca; y, al repetirle nuestras preguntas respecto al motivo de la matanza, sólo respondía con gesticulaciones idiotas, tales como levantar con el índice el labio superior y mostrar los dientes que este cubría. Eran negros, hasta ahora no habíamos visto los dientes de ningún habitante de Tsalal.

[...]

Tenía metro y medio de largo y unos quince centímetros de alto, con cuatro patas muy cortas, y las pezuñas armadas de largas garras de un escarlata brillante, muy parecido al coral. El cuerpo estaba cubierto de un pelo sedoso y liso, completamente blanco. La cola era afilada como la de una rata, y de unos sesenta centímetros de largo. La cabeza se parecía a la de un gato, menos las orejas, que eran colgantes como las de un perro. Los dientes eran del mismo escarlata brillante que las uñas.



Pero la memoria a veces nos juega malas pasadas. Porque lo que me hizo pensar en la obra de Poe y en la isla de Tsalal, donde el color blanco está proscrito, no fueron ni los dientes ni las uñas de las ranas de cristal, sino sus huesos, que en muchas especies son de color verde. Sin embargo, en ningún lugar de la novela de Poe se hace mención alguna de huesos de colores; sólo lo que se ha citado: dientes y garras, que, lógicamente, son más visibles y aparentes que los huesos; al menos en los animales vivos. Los huesos son blancos en la inmensa mayoría de los vertebrados porque al estar ocultos en el interior del cuerpo no importa de qué color sean, y blanco es el carbonato de calcio que los compone. Pero no es este el caso de las ranas de cristal.

Las ranas de cristal, que forman la familia de los centrolénidos, reciben ese nombre porque tiene la piel del vientre transparente, y en muchas especies deja ver los órganos internos. En algunas especies pueden observarse los latidos del corazón. A veces, incluso el aparato digestivo es transparente. La piel del dorso es de color verdoso, y en algunas especies también es ligeramente traslúcida.

Una rana de cristal de la especie Cochranella pulverata
(Geoff Gallice, 2011)
Son ranitas arbóreas de menos de tres centímetros de largo, salvo la especie Centrolene gekkoideum, que roza los ocho centímetros de longitud. Tienen la cabeza ancha, con los ojos en la parte superior, y las patas largas; la punta de los dedos, con forma de T, está equipada con discos adhesivos.

Viven en las cercanías de arroyos en las selvas de montaña de América, desde México hasta Bolivia, Argentina y Brasil. Su canto es un silbido agudo; en algunas especies, este canto se puede transmitir a lo largo de la orilla de un río, de individuo en individuo, como una ola.

La primera de estas ranas, precisamente la especie “gigante” Centrolene gekkoideum, fue descubierta en Ecuador por la Comisión Científica del Pacífico, expedición española que recorrió el continente sudamericano entre 1862 y 1865. El zoólogo Marcos Jiménez de la Espada, uno de los naturalistas de la expedición, publicó su descripción científica, junto con las de otra decena de especies nuevas, una década después. Hasta hoy se han descrito unas ciento cincuenta especies, y se han descubierto otras que están aún sin describir.

Los machos de las ranas de cristal son territoriales, y luchan con otros machos que invadan sus dominios. Unas especies luchan subidas sobre las hojas, mientras que otras se cuelgan de éstas con las patas traseras. Éstas últimas suelen estar armadas con una larga espina en la parte superior de las patas delanteras, que es una prolongación del húmero.

Las hembras ponen los huevos sobre rocas o en hojas que cuelgan sobre el agua, normalmente a varios metros de altura. A veces, los machos vigilan la puesta, sobre todo para defenderla de las moscas parásitas. Sólo en una especie, Ikakogi tayrona, son las hembras las que cuidan de la puesta. Esta especie se distingue además porque es la única que pone los huevos indistintamente en la cara superior o en la inferior de las hojas. Tras la eclosión, los renacuajos caen al agua y se entierran en el fondo. Si fallan y caen en tierra, se impulsan hacia el agua con la cola.

Los huesos de muchas especies de ranas de cristal son verdes debido a la acumulación de sales biliares. Aunque no tienen demasiados, porque estas ranas carecen de costillas, y tienen la tibia y el peroné fusionados en un solo hueso. Ese color verde, que se adivina a través de la piel traslúcida, les permite camuflarse mejor entre la vegetación de la selva tropical donde viven. En ese ambiente, cuando se tiene la piel transparente, un hueso blanco es demasiado visible. Para completar su camuflaje, las ranas de cristal tienen un pigmento en la piel que refleja la radiación infrarroja de la misma manera que lo hacen las plantas; así pueden ocultarse de los depredadores que son capaces de detectar esa radiación infrarroja, como las serpientes.

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